miércoles, 22 de agosto de 2012


Escuchando los llantos del bebé de su vecino, se decató de que soñaba con hacer lo mismo.
Llorar, gritar, desahogarse. Liberarse de sus miedos y atrapar a sus esperanzas para que lo ayudasen a volar muy lejos de donde originalmente pertenecía. Irse, sin rumbo fijo, escapando de su triste destino, rutinario, día a día lo mismo. ¡Que idiotas aquellos hombres que piensan que pueden escapar de su destino! Solo hay que fijarse en Edipo...
Y así pasaron los días, los meses e incluso los años. Al llegar la edad de su verdadera independecia decidió hacer algo distinto, irse afuera con la estúpida escusa de que tenía que ver mundo y aprovechar su juventud. Se lo pasó genial, se desentendió de su familia y de sus amigos. Aquella chica, que tanto le gustaba, ya ni se acordaba de ella. Eran todos recuerdos que se almacenaron en su memoria, pero se alejó, se endureció y dejó de sentir. No hay nada peor para una persona que dejar de sentir y vivir con rencor... Por supuesto, en su trayecto conoció a mucha gente, con nadie se ató emocionalmente, ni en el amor ni en la amistad. Pensaba que al pasar los años, sus amigos tendrían la misma confianza y la familia sería la misma... de ella, ni siquiera se acordaba, tenía una ligera noción de su imagen, y poco más de su personalidad. Nada importante, en realidad.
Diez años después, volvió a su pueblo, la única época que iba a visitar a sus padres. Nada había cambiado: los niños seguían corriendo por la plaza, grupos de adolescentes intentando hacerse los interesantes, madres yendo a hacer la compra y los ancianos estaban en los bancos, manteniendo alegres conversaciones. Los olores y los sonidos eran los de siempre. Y entre el bullicio, en la plaza, la vio a ella: seguía teniendo el mismo pelo largo, la misma cara alegre, hablando con una animadamente con una amiga. No se acordaba de como sonreía o como...
Apareció un niño, corriendo con una bolsa de palomitas y pidiéndole que le diera su abrigo. Ella le reprendió alegando que no podía ir sin abrigo. Seguía frunciendo el ceño de la misma manera graciosa, aquella que tanto le gustaba, pero ya no sacaba mofletes. Era graciosa, pero seria a la vez. Le brillaban los ojos. Eso era lo que más le había gustado de ella en su momento... los recuerdos aparecían cada vez más nítidos...
Aquella noche se sentó con sus hermanas y sus primos a cenar, muchos de su edad ya con hijos y casados. Él seguía solo. Había aprendido mucho sobre la vida, pero seguía solo. Le preguntó a su hermana por aquella chica, al parecer, mientras estaba estudiando conoció a otro chico que le gustaba, con el cual acabó formando una familia. Podría haber vivido en una ciudad, pero pensaba que en un pueblo había una calidad de vida inmejorable para sus hijos. Podría haberse ido afuera a buscarse la vida, podría incluso saber mucho más de lo que sabe.
Pero él seguía solo.



2 comentarios:

  1. Sosita, con lo guay que te quedaba con alguna foto y en color y así! :)

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  2. ¡Eso pensé después ! Pero en el momento se me pasó :(

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